lunes, 22 de agosto de 2011

Joseph Merrick

Pocas personas me han impresionado muy positivamente en la vida. No es magnificencia, supongo que sencillamente es cuestión de gustos y prioridades.

Hay personas que luchan por los demás. Líderes políticos que aseguran querer un mundo mejor, religiosos y religiosas que dan su vida por la causa, para los demás y en nombre del supremo, mujeres que luchan por los derechos del género femenino... Están los que intentaron erradicar la esclavitud, los que meten una margarita en el cañón de una pistola, los que escriben letras de canciones que luego darán la vuelta al mundo y nunca dejarán de oírse. Están los que pelean por los derechos de los niños, por los de las mujeres, por los homosexuales, por los de los nativos de ciertas selvas; están los que ponen voz a los sin voz, los que gritan por un presente y futuro mejor, los que defienden los derechos de los animales.

Y aplaudo a todas esas personas que de mejor o peor manera, intentan hacer algo por alguien. No importa si estamos de acuerdo o no con sus ideas, para gustos los colores... Mientras los débiles obtengan beneficio de la protección de quien se la ofrece, me quito el sombrero. 

Pero hay personas que no destacan por sus labores solidarias, humanitarias o políticas y sin embargo, creo que son los grandes olvidados, esas personas que han hecho del mundo no un lugar mejor pero sí un lugar más humano. Hablo de aquellas personas cuya presencia embellece el aire que respiramos y que conocer su historia debería ser motivo más que suficiente para irnos a dormir con una sonrisa, por el placer de haberlos conocido, por el placer de saber de alguien tan maravilloso.

Joseph Merrick es uno de esos olvidados, o tal vez de "mis" olvidados, porque es mi propia fascinación y mi propia gratitud las que siento por saber de él. Hablar de él es tan sencillo como complicado. 

La primera vez que supe de él, pensé que era uno más en la rama cruel de la naturaleza, un ser humano más que tuvo la desgracia de caer en el circo de los horrores, en otra carpa ambulante como La parada de los Monstruos. Pero Joseph fue mucho más que eso. Sobrevivió a maltratos, vejaciones, palizas, humillaciones, insultos, y todo lo que el ser humano es capaz de hacer a alguien que considera diferente y como decían entonces, retrasado. Si bien esa actitud no ha cambiado mucho desde 1862 (fecha de nacimiento de Joseph) hasta la actualidad, creo que sobrevivir no solo físicamente, sino mentalmente a la ignorancia y bestialidad de aquella época tiene mucho más mérito que hacerlo hoy en día.

La desgracia de Joseph no tenía nombre en aquellos años. Él estaba convencido de que su inmensa deformidad física era fruto de un accidente que tuvo su madre estando embarazada de él: un elefante la arrolló y él nació así. Hoy se sabe que el mal que le aquejaba era el Síndrome de Proteus

Para la sociedad londinense de entonces, Joseph era un monstruo no apto para las personalidades más sensibles. Una atracción de feria, un ser abobinable. Por fortuna se cruzó en su camino sir Frederick Treves, un médico que consiguió no solo una calidad de vida mejor para Joseph, sino ayudarle a construir una vida con toda la dignidad y respeto que creía perdidos. 

Joseph, además, no solo resulto no ser analfabeto: era un experto lector y tenía un lenguaje verbal totalmente normal, pero tenía miedo de usarlo. Descubrieron también que tenía un maravilloso don para los trabajos manuales y la escritura, y era poseedor de una gran inteligencia y educación y una inmensa sensibilidad. Lo más sorprendente del hombre es que después de todo lo que vivió, estaba totalmente desprovisto de rencor: todo él era sencillamente humildad, generosidad y deseo de ser querido.

Como digo, Joseph Merrick es una persona positiva para mi. Es alguien que me gusta, que me motiva profundamente, que me alegra que haya existido y me hace creer que aunque sean pocas personas, existen aquellos que nacen y se mantienen limpios, desprovistos de maldad y embellecen el mundo. No hizo nada excepcional, Joseph se dedicó a ser, a sobrevivir y salir adelante, y eso me parece más que suficiente. 

Para conocerle, creo que lo mejor es leer un poco más sobre él, conocer su historia completa. Habrá quien piense que hay cosas mejores en que pensar. Preocupaciones mayores. Habrá quién no llegue ni a la tercera línea, quien sienta repulsión al ver su foto. Habrá quien como yo, encuentre en Joseph una Persona, con mayusculas, un ser humano imperfectamente perfecto. Habrá quién busque la película y aplauda a John Hurt y Anthony Hopkins por su magnífica interpretación en El Hombre Elefante.

Sea cual sea vuestra reacción, si habéis llegado hasta aquí, me parece que ya sois un poco más afortunados por saber que Joseph Merrick existió.



Es cierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios;
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
procuraría no fallar en complacerte.
Si yo pudiese alcanzar de polo a polo
o abarcar el océano con mis brazos,
pediría que se me midiese por mi alma,

porque la verdadera medida del hombre es su mente.

Poema escrito por Joseph Merrick

5 comentarios:

  1. Muy emotivo, y pensar que llegue hasta aqui gracias a esto http://www.youtube.com/watch?v=SVk1kIqWRsw

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  2. me encanta, sencillamente es maravilloso.
    Que calidad de ser humano; es un ángel disfrazado de monstruo

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  3. Estoy totalmente de acuerdo contigo, un ser humano imperfectamente perfecto. Es admirable y conmovedora leer su historia, un gran ejemplo para mí el hecho de poder perdonar y olvidar todos los desprecios por los que hubiera pasado, para mí, su historia ha dejado huella. No siempre los buenos actos tienen que ser grandiosos, sino humildes y sinceros.
    Lid

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  4. Joseph Merrick es un hombre digno de todo homenaje y todo recuerdo. Espero que nunca caiga en el olvido y siga viviendo entre nosotros. Es todo un ejemplo de humanidad y humildad.

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  5. Gracias por demostrarnos que a pesar de nuestra apariencia lo que realmente importa es lo que llevamos dentro de nuestro corason

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Whoever you are, now I place my hand upon you, that you be my poem...

(Walt Whitman, 1855)