Los escritores no están exentos del amor y el odio, especialmente los que no se cortan en tratar temas polémicos o delicados con sinceridad, cosa que muchas veces se confunde con arrogancia. Arturo Pérez-Reverte suscita rechazo y pasiones a partes iguales. En mi caso, aunque el tío a veces se deja el tacto perdido en el portal de casa, me fascina, igual que la mayoría de sus artículos (porque debo decir que sus libros me resultan aburridos por la temática), y no deja de sorprenderme con su don de la palabra y sus capacidad de hablar un día de la política de cualquier país y otro de sentimientos.
Es curioso lo de los remordimientos. El arrastrar la culpa con el tormento del recuerdo. Y es muy poca gente que conozco que los tenga de verdad. Sin embargo, todo el que vive camina y deja muertos a la espalda. Cadáveres en la cuneta. Todo ser humano causa daños colaterales a otros, deliberada o accidentalmente. Por azar, por inexperiencia, por las simples y terribles reglas de la vida. Carga con fantasmas de los que tal vez ni siquiera es consciente, pero a los que el tiempo y la lucidez permiten identificar, tarde o temprano. O suponer.
Sin embargo, el ser humano también es un superviviente natural. Necesita vivir tranquilo, olvidar, no volver la vista hacia ciertas zonas oscuras de si mismo. Acolchar en la memoria los malos ratos, los sufrimientos, el horror. Sólo así se explica, supongo (...)
Otros con menos recursos o menos suerte se limitan a estar con los ojos abiertos de noche, dando vueltas por habitaciones a oscuras. Pagando el sucio peaje de la vida. Pero esto, naturalmente, es lo raro. El insomnio. Basta con un vistazo alrededor para confirmar que, en materia de remordimientos, la mayor parte de nosotros duerme a pierna suelta. Son pocos los que juegan al ajedrez con sus fantasmas.
ARTURO PÉREZ-REVERTE
Fragmentos de un artículo publicado en la revista XL Semanal
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(Walt Whitman, 1855)