Se decía que nunca tendría brazos suficientemente largos para recibir todo el amor que dispensaba Josephine. Tendría que inventar palabras, frases, juramentos, contenedores, trenes de mercancías, estaciones de carga y descarga. Ella había entrado en él como en una habitación vacía.
No debería haberse marchado.
Habría amueblado esa habitación con sus palabras, sus gestos, sus abandonos. Le habría dicho en voz baja que no fuera tan deprisa, que yo era un debutante. Se puede improvisar un beso sobre el andén de una estación, repetirlo contra un horno sin pensarlo, pero cuando de pronto todo se vuelve posible, uno ya no sabe.
Había dejado pasar un día, dos días, tres días... Dieciocho días.
Y quizá diecinueve, veinte, veintiuno.
Un mes, tres meses, seis meses, un año.
Sería demasiado tarde. Estaremos convertidos en estatuas de piedra, ella y yo. ¿Cómo explicarle que ya no sé quién soy? He cambiado de dirección, de país, de mujer, de ocupación, quizás tendría que cambiar de nombre. Ya no sé nada de mí.
(Voz de Philippe)
EL VALS LENTO DE LAS TORTUGAS
-Katherine Pancol-
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Whoever you are, now I place my hand upon you, that you be my poem...
(Walt Whitman, 1855)